El arco iris que anuncia el fin de una tormenta de verano en Alcaine
La belleza impagable de la naturaleza en Alcaine
Un día de lluvia en Alcaine es un día especial, cargado de singularidades. Es en los dias centrales del verano cuando algunas tormentas hacen acto de presencia en Alcaine y ese día puede que haya comenzado con un sol radiante por la mañana pero hacia el mediodía blancas nubes se van formando en dirección oeste apareciendo sobre la Cañada Marco o bien empiezan a tapar la llamada "canal del río" en dirección sur (la sierra de Sant Just) desplazándose lentamente hacia el pueblo. A medida que avanzan se van tornando oscuras, con unas "melenchas" (tiras) grises y blancas que -a los ojos de agricultores y pastores- anuncian la posibilidad de un buen chubasco de agua. Con el deseo y la esperanza de que no sea de "pedrisco" (granizo) desde el mirador de San Ramón es común ir observando todo el proceso. Empiezan a verse los primeros rayos en el horizonte que sesgan el cielo con un estruendo retardado por la lejanía. A medida que pasa el tiempo se observa el transcurrir de las nubes y se atisba a lo lejos una cortina de agua que cae desde la mancha oscura del cielo. La especial orografía donde se encuentra Alcaine, circundado de montañas más altas que los 650 mtrs. de altitud en la que se asienta, hace que al acercarse la tormenta los truenos ya no sean chasquidos lejanos sino atronadores sonidos que parecen romper el cielo en pedazos. La proximidad de la tormenta, el antes cálido aire tornado ahora ligero viento húmedo y fresco, los gordos gotillones de agua que comienzan a caer sobre la huerta, con la avanzadilla de la tormenta sobre Benicozar, aconsejan desalojar el mirador y guarecerse en las casas. Asomados a las ventanas y bajo los soportales de las casas, los habitantes aún se resisten a dejar de presenciar el espectáculo. Pero, de repente, rayos cercanos golpean lugares próximos y el estruendo se incrementa reforzado por el eco de las montañas... ahora sí que ya todos entran en sus casas. Una lluvia inmisericorde comienza a descargar hilos de agua que hacen brotar con fuerza las canaleras de los tejados y sus desagües. En un momento comienza a correr el agua por las empinadas calles y, desde la zona alta del barrio de La Nevera va reuniendo caudal hasta desaguar por las salidas naturales del Farriñal, el Barranquillo o la cuesta del Hocino. Es imponente, desde ventanas y quicios de las puertas, ver cómo en un momento se cubren las calles de una violenta avalancha líquida que cobra velocidad hasta llegar a su destino. Transcurridos unos minutos la lluvia parece que agota sus fuerzas y va disminuyendo el caudal hasta dejar sólo pequeños charcos como pretendiendo dejar constancia de su paso. Es el momento de tornar a salir para observar el río y los barrancos -con cascadas aún presentes evacuando el agua- y acabar de disfrutar de ese espectáculo maravilloso que nos ha brindado la naturaleza... pero aún hay más: en esta ocasión es sobre una de las montañas que jalonan el barranco de La Embrigüela donde el Arco Iris aparece como queriendo coronar la cima y durante unos minutos ese fenómeno luminoso muestra un sinfín de colores. Comienzan a observarse a los primeros habitantes que salen, ya con sol pero aún descolgándose dispersas gotas de agua, en silenciosa búsqueda de caracoles.
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